sábado, 1 de noviembre de 2008

Liberen a Vladi

Muchos piden que liberen a Magaly, yo no lo creo, es más creo que debería quedarse ahí para siempre. Más bien pienso que deberían liberar a alguien más, que liberen a Vladi.

Sí, escucharon bien, que liberen a Vladi. Pero no para que esté libre en las calles y haga de las suyas, sino para que dé consejos y recomendaciones a la Policía Nacional y al ministro del Interior, Remigio Hernani, ante el desbarajuste cada vez más común y repetitivo que ya parecen tener un ritmo musical que suena a convulsión y terrorismo, y que sufrimos actualmente en Moquegua, Tacna, Cajamarca, Lima, Puno, Cusco… la lista es interminable.

Claro se le debería pagar, pues es un hombre estratégico de polentas, y darle algunas gollerías como dejar que su “gatita” lo visite y ¿por qué no?, también la Pinchi Pinchi hasta la Laura Bozo. Hacerlo sentir bien, un hombre con tanta estrategia creo que es lo que el Perú más necesita en estos momentos para mantener el clima de confianza y atraer así el ansiado capital extranjero. Seguro que el presidente García está tomando cuenta de mi consejo.

Vladi me hizo recordar a una película en la que Leonardo di Caprio caracterizó a un famoso estafador buscado en años por la policía americana y por los servicios de inteligencia de ese país. Una vez capturado después de largo tiempo, el personaje de di Caprio fue utilizado por la policía para capturar a los más grandes estafadores de los Estados Unidos. ¿Lo mismo se podría hacer con Vladi, no?

Es que la verdad que no sé, no me explico cómo no puede detenerse a una turba de desaptados, resentidos sociales, rojos y salvajes que no surgen de improviso, sino que se forman con los días para azuzar a la población hacia fines de los más descabellados e irracionales. Que usan a bebés y mujeres como escudo, que queman edificios históricos y simbólicos, y que se regocijan con el pillaje y el vandalismo.

Me resulta impensable que no se puedan prevenir movimientos de ese tipo. Los cuales no surgen de la nada, sino que se forman con los días, se hacen conocidos y sus dirigentes también, y que con el tiempo se hacen fuertes e incontrolables para nuestros pobres y sensibles policías, fanáticos del renacimiento italiano.

O es que acaso existe un propósito encubierto en todo esto, que la supuesta falta de prevención es adrede.

Por eso, evoco a Vladi. Recuerdo que en aquella gloriosa década de los 90, gloriosa porque era flaco, no tenía barriga y podía jugar pelota los 90 minutos, no había ni una sola movilización, protesta o un grito a medias con la boca escondida. Todos los provincianos eran mucho más pobres que antes, y vivían felices y contentos, nadie reclamaba. Vivíamos en Perusalén, pobres, pero contentos.

Pero ahora todo ha cambiado. Las regiones tienen cada vez más dinero, algunos con montos impensados siquiera hace unos 5 años, pero que paradójicamente sus autoridades en vez de idear proyectos para sacar a sus pueblos de la pobreza dedican todas sus pocas neuronas en hacer que las huelgas y movilizaciones por doquier tengan éxito.

Y para estas autoridades, y los rojos que están detrás, el éxito se ha convertido en incendiar comisarías, tomar de rehenes a los cada vez más miserables y tiernos policías, y hacerles pedir perdón e izar bandera blancas.

Por Dios, todo esto puede ser prevenido fácilmente. Denme a mí la dirección de la Policía Nacional solo unos días, o mejor no, detesto ese verde que me hace recordar la caca de los elefantes del Parque de las Leyendas, pídanle los consejos a él, ruéguenle por sus recomendaciones y consejos, o mejor otra cosa, please, el país realmente lo necesita: liberen a Vladi.

sábado, 25 de octubre de 2008

Soñando dentro de una cabina de Internet

Bajo el tintineo apresurado de unas teclas enamoradizas, un joven mestizo afanoso parece seguir la brega amatoria bajo una conversación cuyos ritmos parecen descubrir un nuevo mensaje y un nuevo compás. Tukutún. Al costado de él, una chica sentada, incómoda, escucha suspirosa el video de una balada de Mirian Hernández mientras tararea unos coros desafinados que ella no puede escuchar porque tiene unos audífonos puestos que esconden por completo sus orejas. En un local pequeño de incontables rejas, se encuentra una chica de sonrisa aprendida en el mostrador que me llama con la mirada. Es Mary, me dice que debo esperar porque no hay lugar para mí.

Achinada, de pómulos salientes y de mirada vivaz, tengo el presentimiento de que es charapa.

- ¿Cuánto está la hora?
- Un sol cincuenta, joven.

Creo que he adivinado bien. Le descubro cierto ritmo pausado y tosco al hablar, simpático para un capitalino como yo, y le digo tímidamente, lo suficiente para caerle bien, que es “de la selva su encanto”. Un atrevimiento al cual no estoy acostumbrado, y que me ha costado algo de nerviosismo que he logrado esconder. Hoy, sin embargo, extrañamente, esta frase aprendida, más que nada debido a su timidez, ha logrado cierto efecto. Ella ha bajado la mirada, no ha dicho nada, y solo se ha limitado a sonreír nerviosamente.

Pero debo esperar a que salga alguien. Solo cinco minutitos, joven, que no hay cabina, me ha dicho.

- ¿De qué parte de la selva eres?, le pregunto, y ella me dice que de un pueblito cerca de Iquitos llamado Santo Tomás. Al mismo tiempo que termina de responderme observa su cuaderno y le avisa al chico mestizo de cabellos hirsutos que solo le quedan 10 minutos para que terminen sus conversaciones amorosas.

Mary tiene 22 años y trabaja en una cabina de Internet en Los Olivos, de esas que abundan por todo Lima. Ella, al igual que tantas chicas que atienden en las cabinas de la capital, es una chica que ha venido de provincia, que tiene su familia, su mamá, su papá, sus hermanos, en el monte o en la sierra, porque no, no, ninguna chica de la capital trabajaría de martes a domingo, 6 días, desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche y por solo 500 nuevos soles, aun menos del inhumano sueldo mínimo.

Mary se ha tapado nuevamente la sonrisa inocente con las manos. Manos descuidadas y moldeadas a su antojo por la inclemencia del frío limeño, pero que son todavía las mismas manos firmes y fuertes que se forjaron a punta de trabajo. Las mismas que la acompañaron desde que tenía 10 años, vendiendo junto a su madre, tacachos y cecina para ayudar a mantener a sus otras dos hermanitas, porque su papá descubrió un día que no amaba a su madre y entonces decidió desaparecer entre la inmensidad selvática para no volver jamás.

Fueron sus mismas manos fuertes y firmes las que evitaron que su dignidad y su honra se vean mancilladas por su padrino primero en San Tomás, y luego por su primer patrón cuando trabajó de empleada doméstica en Lima, a los 14 años. Porque el patrón le había revelado que era “una charapa” y le sugirió que seguramente le gustaría experimentar el placer del calor de la carne. Al final, el sexagenario experimentó el calor, pero el calor ardiente de su mano derecha fuerte y maciza, como el tronco de la ceiba, porque el anciano había entendido mal lo que se hablaba acerca de las chicas de la selva. Porque ella era una charapa a mucho orgullo, pero que de ninguna manera era una chica fácil.

Esa misma verdad también la descubrió su segundo patrón, que fue también el último. Entonces, decidió que ya no trabajaría más en casa como empleada del hogar, pues su anatomía, la transparencia y la alegría de su alma podrían confundir a los patrones y caer en antipatía a sus patronas, luego decidió buscar trabajo y solo encontró esto. Una fría, húmeda y apretada cabina de Internet. Tendría que estar sentada casi 15 horas diarias, en una oficina de apenas 50 metros cuadrados, ella que tenía todo el río Amazonas para ella solita.

A Mary le gustaría regresar a Santo Tomás, y no volver jamás. Pero la situación allá está peor. Así que solo debe esperar unos mesecitos, falta poco para diciembre, para pasar la Navidad allá con su madre, como todos los años.

Para eso juntaba el escaso dinero que ella podría reunir y poder comprar un atado de ropa para su mamá y sus hermanitas, en el Mercado Central de Lima, porque allí es más barato y regalárselas cuando esté allá en Navidad. Luego iría al día siguiente de Navidad a pasarla con sus demás tías y tíos en la laguna de Quistococha, para tomar uvachado y comer tacaños y cecinas, y recordar los viejos tiempos porque nunca hubo tiempos mejores.

Pero ahora no, por ahora el sueño se acabo. Ahora debe continuar su trabajo tortuoso y negrero de atender en un hueco de Los Olivos, todos los días. Por el momento, solo puede soñar con Navidad y salir algún día de la pobreza en la que según el INEI, el Instituto Nacional de Estadística, se encuentra el 46% de la población y reduciéndose. Pero sin estudios más que el tercer año de secundaria, seguramente no conseguirá ganar más que el sueldo mínimo y ser explotada por alguna empresa usurera o por algún empresario impetuoso, que busque la mayor ganancia y al menor costo.

Pero a nadie se le puede quitar los sueños. Entonces Mary sueña y mucho, porque además es gratis. Sueña que será una persona con un negocio propio, que tendrá una juguería, donde vendería todos los jugos de las frutas que solo existen en la selva y de todos los platos como el tacacho o la cecina, como los que vendía junto a su mama cuando era niña.

Entonces Mary suspira y vuelve a su realidad, un pequeño cubículo desde donde atiende y nos dice que ya podemos utilizar una máquina, la única que esta disponible, como su sonrisa agradable y tierna que parece que nos hubiera revelado lo mejor de su ser. Tukutún.